Sunday, 11 May 2014

Metafotomorfosis

La historia que me dispongo a relatar es la transcripción de lo que un conocido me contó un día,
a quien a su vez le fue contada dicha historia por alguien a quien un desconocido campesino le
reveló, en virtud de testigo, gran parte de lo que aquí acontece. Yo, con el fin de entender estos
extraños sucesos que me fueron confiados, los expongo aquí, reconstruidos y novelados, de la
forma más clara posible.
La luz del sol atravesaba cada minúsculo espacio existente entre ramas y hojas, creando una hipnótica coreografía de luces y sombras sobre la húmeda superficie del bosque. El sonido de grillos y aves se reverberaba en el espacio; una atmósfera espesa difícil de describir, ligeramente irreal, flotaba allí.
Entonces llegó él, sudoroso y jadeante, tambaleándose levemente y sujetando un ajado jersey
manchado de sangre. Parecía un condenado recién fugado, o tal vez un fugado recién condenado;
en cualquier caso, su llegada a aquel lugar no fue casual. Semienterradas huellas del destino le
condujeron hasta él.
Se abrió paso hasta una especie de lago que había a pocos metros de donde se encontraba y lanzó
el jersey sobre sus aguas; poco después cayó rendido sobre el frondoso verde, al cobijo de las
sombras. Allí pasó las siguientes dieciocho horas, con la esperanza de que el sueño le absolviera.
Al despertar, con los sentidos ya desentumecidos, le asaltó la conciencia más impía, y el terror
por la supervivencia se apoderó de él.
Empezó a buscar cobijo. Rastreó todos los alrededores, primero en busca de cuevas (era preferible
tener el agujero ya hecho, pensó) y después en busca de cualquier cosa; hizo hoyos, trepó árboles,
incluso asaltó nidos, pero ningún sitio parecía querer acoger su voluminosa figura.
Exasperado, llegó a la conclusión de que la única posibilidad que tenía era la de construir algo con sus
propias manos, así que, haciendo uso de los elementos de los que disponía, se lanzó a armar una
pequeña cabaña. Tras varias horas de búsqueda y encaje de materiales, un amasijo de cañas, ramas y hojarascas brotó en medio del hasta entonces armónico hábitat;
un vulnerable triangulo rústico al que ahora llamaría hogar y que le protegería al menos hasta la
próxima tormenta.
Conformado ya el habitáculo que, al menos físicamente, le resguardara, solo le faltaba algo que le
protegiese de él mismo y de las criaturas que merodeaban por sus oscuros meandros, una cabaña
interna iluminada por la luz del amor eternamente inasible.

A pocos metros de la cabaña se encontraba el gran lago, silencioso e intimidante, que parecía el
sereno guardián de todo aquello. Allí se habituó a ir a lavarse, a nadar, a meditar…Toda una gama
de actividades cuyo principal objetivo no era otro que el de tratar de limpiar las manchas que se le habían adherido al alma, las cuales no le dejaban dormir, ni comer ni apenas respirar.
Hacía tiempo que comenzó su viaje a los parajes más oscuros de la psique humana, hacía tiempo
que se había resignado a no encontrar la paz, pero ahora era distinto, había traspasado todas esas
oscuridades para adentrarse en la nada mas absoluta, una nada que le estaba robando todo.
Había matado a un hombre, a su propio hermano, la única persona que había traspasado sus
impenetrables membranas y le había llegado a conocer realmente. Un lamentable accidente, cierto, pero el azar no podía indultarle ni extirparle la culpabilidad. Cada vez que despertaba rezaba porque
todo fuera un sueño más de crímenes sin sentido, llegaba incluso a creérselo durante un rato, hasta
que se acercaba al lago, y, una vez dentro, este le devolvía su más fiel y profundo reflejo. El lago
no le engañaba, era su único confidente, su depósito particular de intimidades y secretos. En él
pasaba días enteros, en una mística comunicación de códigos intransferibles, escuchando la ancestral sabiduría que este le transmitía mediante sinuosos movimientos y minimalistas sonidos.

Una ignota sensibilidad nació en su interior, una especie de percepción animal que le permitió
adaptarse al entorno y beneficiarse de los conocimientos que la naturaleza le iba proporcionando.
Se sucedieron días de calma y meditación. Un estado de bienestar desconocido le imbuyó; no
podía saber si era algo bueno o malo, pues no tenía referentes previos, era algo nuevo para él, y
lo nuevo siempre le provocaba cierto terror.
Así pasó una semana, una semana que sintió como si fueran unas horas.
Una noche, estando ya acostado, próximo al sueño, sintió un ligero temblor en la tierra que le hizo
levantarse abruptamente. Salió de su cabaña, avanzó unos pasos e hizo uno rápido reconocimiento
de la zona. Todo estaba en calma. Se dio la vuelta para volver a su refugio, pero en ese momento
un escalofrió le sobresaltó. Se paró, y, atónito, pudo ver como una fantasmagórica masa de luz
se dirigía veloz y estrepitosamente hacía él. El inefable fenómeno se estableció sobre su cabeza,
iluminándole hasta la difuminación.
No se sabe si obligado, convencido o simplemente guiado, el hombre empezó una procesión con
la luz como dios que le condujo hasta el lago. Allí, tenuemente se pudo ver como ambos desaparecían en aquellas aguas indolentes.
Nada más se supo de él. Se especuló mucho, incluso se oyeron historias de gente que aseguraba
haber visto a un enorme y extrañísimo pez salir del agua y tumbarse en la orilla del lago. En poco
tiempo, y como era de esperar, su historia se convirtió en la leyenda del lago de Virisa.
Transformado o simplemente ahogado, lo que si se puede asegurar es que su espíritu quedó
impregnado en cada rincón de aquel lugar.


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