Saturday 21 April 2018

Una piscina

El agua verdosa e impasible a los embates de los vientos primaverales es lo primero que llama la atención. En su interior se encuentran incontables familias de anfibios, cadáveres de diversos insectos voladores y terrestres, hojas que se rindieron estaciones atrás y montículos de tierra acaparando todo el fondo acuático. Su forma cuadrangular no dista de la de otros artilugios de su especie, y la parafernalia que la circunda tampoco tiene nada de atípico; su diseño, en cambio, sí que es digno de mención. El plástico que la conforma es gris, probablemente el color más alejado de los aspectos de la vida a los que se suelen asociar las piscinas (veranos luminosos, diversión compartida, etc.); las paredes que albergan el agua son inusualmente altas para el género de piscinas al que pertenece; las barras de metal que sostienen todo el conjunto, abundantes en número y de un grosor que ayuda a transmitir una inesperada sensación de estabilidad.
En la base de la piscina se aprecian varias capas de plástico, en esta ocasión tintadas de azul, como dicta la tradición del ámbito que nos ocupa. La que está pegada al receptáculo es impermeable y no parece tener más función que la de evitar que inquietos vegetales se cuelen por sus recovecos; la que se encuentra debajo de esta, hace las veces de alfombra para acolchar los numerosos pies de bañistas que hacen uso de la instalación.
La zona periférica se encuentra equipada con todo el material indispensable para lograr un mantenimiento eficiente del agua que da sentido a la construcción: una red para capturar toda índole de seres vivos (animados e inanimados), un filtro para purificar el agua, una ducha para hacer lo propio con humanos, una escalera resquebrajada por la tiranía del tiempo y una escoba sin función aparente.






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