Tuesday 1 May 2018

Cosas que permanecen

Durante casi dos décadas, había rodeado mi dedo anular con ternura y constancia. Era una de las pocas cosas que había permanecido a mi lado; por alguna razón que yo atribuía a la mística, ese objeto anodino siempre volvía a mí, sin importar las circunstancias.
Pero esa mañana no se encontraba ahí; tras buscar por todas las superficies asequibles, asumí que esta vez la pérdida era definitiva. Se trataba únicamente de un trozo de metal anacrónico que bordeaba lo herrumbroso, pero yo sentí un gran vacío en mi interior. Al final, como el mundo insistía con implacable puntualidad, todo desaparece.
Seguí elucubrando sobre el posible destino del susodicho anillo, el cual, por cierto, procedía de Cuba y fue un regalo que mi padre me hizo durante la fase más crítica de mi adolescencia. Poco después, gracias a las propiedades mágicas con las que había ensalzado a la deforme bisutería, mi existencia en el planeta empezó a mejorar. 
Concluí que solo podía encontrarse en un lugar: el mar. El mismo mar que adornaba las diminutas paredes del anillo. El día anterior había estado surcando los primeros estratos de la rocosa costa de Denia, donde solía refugiarme en momentos de reflexión, incertidumbre o celebración de la vida. No percibí haber perdido nada, pero en mis adentros sentí que era ahí donde había caído mi preciada circunferencia saturnal. 
Me equipé con mi equipo de explorador acuático y me lancé a las turbias aguas; la noche anterior hubo tormenta, con lo que el mar se balanceaba violentamente, generando un festín de algas que emborronó todo su contenido. 
Pasaron los minutos y mi esperanza menguó. Un golpe de realidad me sacudió: era imposible encontrar algo tan pequeño en un espacio tan inmenso y voluble. Seguí buceando hasta la orilla, ya convencido de lo inútil de mi ambición. Pero mientras ascendía al mundo humano del oxígeno y la confusión, algo brilló. Solo un destello. Me acerqué al recoveco de donde procedía, y allí estaba él, incólume. El anillo marítimo extraviado se había refugiado en una diminuta cueva submarina, en espera de ser rescatado. 
Lo recuperé y salí del agua,extasiado y voceando mi sorpresa, todavía incrédulo de la hazaña que acababa de realizar. Una señora se bañaba a mi lado, aterrada por mi fervor e indiferente a mi logro, reflejando nítidamente lo intrascendente que este había sido para el resto de la humanidad.
En mi pequeño inventario de vivencias, sigue siendo un momento memorable. 




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